Te juro que
echo de menos pocas cosas: el rostro de nuestra hija al despertar,
la luz siempre
alegre del verano, las flores que crecían desde la raíz de mi árbol,
los vástagos
que aún hoy retan al tiempo y negarán el rocío que les di,
la pausa y
la voz amiga en una tarde de café
que ha
perdido los lunes, las ciudades que quise y no contemplé
-la
imaginación es un pan que aún nutre los huesos de mis días-
la libélula
que al atardecer ya no me alumbra,
los
territorios que hollé
como un
extranjero a la búsqueda de un lugar
que no
amara las sombras y, al fin a ti,
que estás en
la hoja de un calendario
que se
repite inútilmente
cuando abro
los ojos y descubro tu ausencia.
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