jueves, 1 de agosto de 2019

El juez

No reconozco nada mío en tu retrato de juventud.

Las fotografías te muestran feliz,
el bigote perfilado, los trajes que orillan tu cuerpo,
el cigarrillo que agitas
como si eternamente dibujaras la alegría.

Me parecía observar en ti algo del animal que solo vive en su interior.

La justicia, juraste, es un compromiso,
una lucidez, una vocación que se solidariza con los tristes.
Sentencias en un jardín donde brotaba
la flor invisible del poderoso fiel.

Fue tu recorrido el del recolector,
la costumbre añeja, los misterios del porqué,
la empatía con la vicisitud
que inclina la razón a ser doctrina y verdad
entre la niebla.

Creció el prestigio mientras se adelgazaba la memoria.

Un día no pude ver el agua que caía por tu sien,
ya sé uno se peina a contraluz
con la indolencia del tiempo rutinario.

Siempre noble el respirar
que proclamaba horas vespertinas de siesta y café negro,
de misas a las seis
con la cicatriz de la probidad en el envés de las manos.

Te agradezco el confín de la sangre que fluye en mí,
que vibra y me sustenta
como el árbol que soñé que eras
en el hogar al que ahora vuelvo,
sin nada, ni nadie.

Ese sitio donde ya no estás.


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