Es inútil perseguir la quietud del humo
o el calor de la escarcha.
Una vez las horquillas de octubre
sujetaron tu rostro contra el viento y las aceras.
Solo tú una historia por descubrir,
solo tú la huida de los alfiles,
solo tú el perdón en los ojos de la herida.
Fuiste rayo, química que en la virginidad del azul
acepta un hospicio de sed y sudor,
de goznes que crujen bajo la armonía de los cuerpos álgidos.
Luz en el parabrisas del coche que huye de la música,
los faros crepitan entre la lluvia como pájaros húmedos,
los paraguas en las axilas
como banderas de negritud.
Si escuchas al farol que gime,
artificio en estertor de abruptos cohetes,
sentirás la voz de un labio
que adora la humedad de tu mejilla,
agua sobre el agua del destino.
Manantial que empieza a alimentar, para siempre,
el color de tus días.
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