Enorme su vientre de habitaciones poliédricas.
Juegos de balón, el teléfono negro
que timbra con el sonido agudo de la impaciencia,
voces de letanía, risas en el cubil.
Y las primeras dudas, y el primer canto a la vida,
y la penúltima inocencia- mi faz tras los visillos-;
y el deseo como una flor rota en el frenesí de la calle,
cuentos de ínfimo metal, los árboles sin ramas,
cimbreándose al contraluz del día.
Y el aire sobre la ola, espuma de cresta azul,
arenal oscuro, más oscuro que el gris del cielo.
Sé de la rutina de los comercios que dan a mi ventana:
la farmacia y el parpadeo interminable de su cruz verdosa,
la frutería y el olor a especias,
a canela, a cúrcuma, a azafrán.
Y siempre, siempre, el tiempo de soñar:
Imagino una conversación susurrante en la buhardilla
de jóvenes clandestinos, humo de hachís en las manos.
Imagino el estudio del pintor, un salón próximo que limpia la asistenta,
objetos de plata, libros y retratos,
diplomas y fotografías en las paredes.
Imagino vivir en el espejo, casi en penumbra,
con un rostro distinto, el de mi vejez,
sin la familia que ya no existe
más que en la memoria agrietada
o en el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario