Una posibilidad que se vuelve materia, segundo real, hecho.
El niño escucha las palabras dulces
y piensa en la armonía del amor y la caricia.
El viejo cuyo rostro ocupa una máscara, miente,
y al mentir persigue la humillación,
la desnudez blanca del cuerpo infantil.
Una tarde de principios de primavera
cuando el adolescente corre hacia otro lugar
que no importa cuál es,
la joven que nunca ha visto
le mira desde unos ojos que sugieren pájaros en vuelo,
almenas, el mar tan próximo,
su ventanal escondido al fondo de la calle.
En medio de una noche de vasos sudados
y hastío en las bocas,
el estudiante se pregunta por dios y el sentido de la vida,
en su chaqueta raída un libro gastado, papel de fumar,
algunas monedas y un billete roto.
A las tres de la mañana,
mientras se observa en los espejos del pub
alguien le pedirá fuego y al volverse con desgana
encontrará un destino temporal
en los labios de la mujer que le sonríe.
El hombre que vivió en la isla regresa al tiempo oscuro,
húmedo y gris de su tierra.
Está buscando trabajo en un despacho profesional.
Detrás del ordenador se levanta de su silla una hembra joven,
el cuerpo que ve
dibuja, sin nombrarla, la belleza.
Su voz dice lo que quisiera siempre oír,
serán muchos los días y las noches juntos,
hasta el desencuentro de la piel.
El renegado que huye de sí
empieza a dar clases de gramática en un Instituto de ciudad,
clases que se vuelven rutinarias
hasta que al borde de los sesenta y seis
se jubila.
Pasan los años y un día de invierno siente un dolor punzante,
un adormecimiento, la vista se le nubla,
cae al suelo en su pequeño apartamento,
está solo, nadie le podrá auxiliar.
Y así muere, tirado en el salón
mientras afuera la inclemencia de la lluvia
no cesa de golpear los cristales.
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