viernes, 23 de agosto de 2019
La inmortalidad de la piedra
Su dureza se ancla a la carcoma de los días.
Edificios sacrales donde resuenan los coros
y las altas palabras del perdón o el martirio,
torres de cuadratura enhiesta, cónicas
como un canalón de ensimismados sueños,
sillares laberínticos con un equilibrio de humus y cal,
banderas en sus cimas de renombrado fortín,
palacios de mármol o amatista, rectangulares
como lenguas de cristal, con pilares jónicos
en su rostro de altiva memoria, humildes piedras,
guijarros danzarines en el lecho del río,
adobe que protege la casa del labrador, pajizos tejados
o pizarra en el ángulo agudo donde cae el agua,
lápidas de muertos, adoquines que se arrojan
contra las barricadas, granito veteado que brilla
en el crepúsculo, arenisca que la lluvia inmola en barro,
piedra de los arcos, puentes, iglesias, adustos acantilados
que un mar bravío roe como si fuera un viejo mito
de dioses febriles. Feldespato noble en la fachada
del muladar, cuarzo tras el vientre más oculto de la tierra,
mineral que admira el geólogo bajo una lupa cetrina,
piedras que el polvo del camino ha convertido
en pesos del alma. Todas ellas sostienen el humano
devenir, todas ellas resisten el eterno ciclo de la carne
y de la vida.
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