El recuerdo despliega sus alas en cualquier esquina y no miente.
Allí está tu canción, el incendio de los martes,
ese ojo que palpita en tu diadema nocturna.
Oh fuego sin memoria, piedra que se barnizó en agua.
Tu traje azul en el cromosoma del viento,
los pasos como un árbol de largas espigas que llueven.
¿Dónde vi tu espejo?¿ o fue ventana la armonía de tus pulgares,
corazón de ramas en la música que se arrodilla tras el vientre occipital?
Tenemos un territorio común, un lecho de arena parda,
el huir de los trenes cuando los portales son aire.
Tu nombre es una bandera, en él viven leopardos
y anguilas, la suerte del río te aprieta el labio
como si no fuera muerte.
¿Sabes acaso a qué flor el sol elige?
Llego tarde a la mano que grita,
en el verbo cientos de olas arman la frase,
jardín que crece en mi pregunta para ser raíz de viento,
margen de niebla.
Cuando vuelvo a la ciudad
las fachadas bajan hasta tu ombligo de piel inacabada,
eres la voz sin oráculo, la llave que el pintor encerró
en un molino dibujado por manos celestes.
Aún espío tu cansancio, mientras la rotonda de los paisajes
te marca como un misterio de acequias invisibles.
Tu genealogía es para mí alambre,
buscas el cuerpo que se sostenga en la vertical del día,
con tu alma políglota achicas el espacio de los muros sin cal.
Si fueras vena correría como leño suicidado por tu río.
¿Recuerdas el restaurante viejo, tu barniz de deseo,
mi hambre sin hojas, nuestro ámbar como cópula
de aquel ruiseñor blanco?.
Nos queda el mar como una señal o un silencio de pájaros.
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