No sé qué árboles crecen cerca del espigón.
El mar oscuro, tranquilo, lame las rocas irregulares.
La bahía es una lengua combada que se arrima
al arenal con flujos de gata. Sobre las dunas
los cuerpos descansan como animales extintos.
Han derruido el dique donde el embate del mar
se detenía, recuerdo las charcas y su increíble
vida secreta de seres acuáticos acosados
por la crueldad de los niños. Huele a sal húmeda,
a yodo, a algas en descomposición. En el paseo
se cruzan las bicicletas, bañistas que llegan,
ancianos en los bancos. La vida como un palimpsesto
escribe capas de realidad indescifrables. Sin pausa
hablo con las olas y al cerrar los ojos regreso
a aquella playa donde aún sigue mi infancia.
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