Solo espera que crezcan tus alas. El mundo es húmedo
como un vientre gris. Voces que escuchas por primera vez,
un orden de pasillos en cuadrícula, habitaciones compartidas
igual que nidos frágiles, calles en que la lluvia forma lagos de cristal,
reflejos en la piel, lágrimas de plata por tus mejillas de seda.
Al fin puedes romper las hojas del calendario,
descubrir entre los engranajes del reloj
un bosque de lianas que paralizan por un momento su voz de fragua,
abrazar tras un latido el aire limpio de la luz.
Es posible que aún llores en la penumbra de los atardeceres,
es posible que los arrullos fértiles de la madre
regresen a tus oídos con el vuelo de los pájaros heridos,
quizá un huracán de soledad irrumpa y pueble tus ojos de llanto.
Solo será la infancia que grita su último estertor
hasta el solsticio de la edad nueva,
entonces te creerás el hombre azul que abarca con sus brazos
la eternidad del porvenir, un presente que ya es tuyo,
un mañana que escribirás con la sangre y la hiel
de los planetas más ardientes.
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