Tantos trenes en la bruma, espadas al sol sin regreso.
Mi vida en un vagón, bajo las fotografías de campos áridos,
el cielo en calma, el silencio oscuro. ¡Qué ritmo de síncope,
qué parpadeo de luces en la noche, qué aullido de lobos
anuncia el devenir! Dentro los iris zarcos buscan el níquel,
los cromados donde las imágenes se diluyen en un diapasón
de instantes umbríos. ¿A qué lugar llegaré, acogido por las nubes,
el magma gris que se pega al cristal como un aliento húmedo?
Solo la música uniforme hiere el corazón de las vías, persigue
la cadencia de un porqué sin memoria ni luz. Y al fin descubro
lo que perdí y añoro, lo que aún soy entre la fugacidad rota
que el tren va dejando, como estela, como firma de un ayer
que ya no puedo revivir.
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