La casa es un vientre amable. No hay pudor, ni voces
ni ojos que transcurran. No hay densidad de pasos
ni orden ni persianas bajadas. No hay salida vertical
ni vestíbulos oscuros. Solo hay objetos que guardan
un pasado de tactos e imágenes, de memoria fluida
y cuerpos sin vestir. Mi habitación duerme, eternamente
duerme. El dibujo enmarcado vela el olvido y su rostro
se diluye entre la des-mirada y la ausencia. Hace tiempo
que le di la vuelta al espejo, hace más tiempo que no
busco en los cajones del armario mi ropa adolescente
de holgada quietud. Lo que escribí yace entre las hojas
de un cuaderno amarillo, la tinta desvaída en renglones
desiguales. La soledad ama así, añora los paraísos vacíos
y desdeña el nido que tiernamente abriga. Pronto llegará
la noche de los mirlos blancos y la vida se volverá resplandor.
Adiós infancia, adiós adolescencia, adiós juventud,
al fin sois recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario