Acompasa al corazón como un hermano déspota.
No cesa su círculo ni su hambre, recorre la blancura
de la esfera con pasos sonámbulos de máquina alucinada.
Nunca finge, recrea el tacto de los números y reitera el sonido
igual que un eco de espadas. Sus saetas se desparejan,
cruzan las piernas, bailan el ritmo elíptico de los insomnes.
Exhibe pájaros frenéticos, campanas vibrantes en el surco
de las horas. Si lo miras bien ves el ayer y el mañana, jamás
el presente. Si lo escuchas su reiteración golpea las axilas
del tiempo con el martillo de un dios laborioso. No conserves
el reloj de tu infancia, menos el de tu juventud, desata
las correas que escriben en las muñecas viejos cantos
de muerte, la vida late con frenesí, a veces fluye en calma
y es apenas visible. En el segundero nunca encontrarás
la eternidad de un nombre, solo el río estéril del pasado.
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