La oscuridad de los pájaros acecha al metal,
tu águila estéril en el dormitorio de la palidez,
un libro en la sien y dóciles pámpanos en la frente.
Acostumbrada a los círculos
tu virtud son ropajes de antaño,
sibilina, fiel a los abalorios, enciendes el prisma
con las hormigas de la quietud.
Alzas los hombros hacia la duda de las mariposas.
¿Hay lóbulos en los parajes, mercurio en las venas,
enjambres de domingo que auscultan la ceniza?
Dama o raíz de los pulpos en éxtasis,
ocres los apriscos de las enredaderas,
carmín en las llagas del vagón,
músculos sin plumaje, desnudos,
enhiestos como un suspirar de sirenas.
Ah de los híbridos que buscan sangre
y a la vez mienten a lo oscuro
con historias de labios
que se asoman al recuerdo de la infancia.
Sigue, prosigue la ruta de los espejos,
ambiciona el búcaro donde dormirá la flor perfecta
duele la luz de los faros que se cruzan,
anuncia el olvido una cola de serpientes azules.
Me atosiga la penumbra
porque la infinitud del viaje es crepitar y estallido,
me arrastra el pálpito del deseo hacia la fuente seca.
Vive en mí la semilla que no soñé,
morirá la vid sin fermento
en los columpios que la nieve cubre
con hojas de escarcha y viejas promesas
de trineos rojos.
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