jueves, 26 de julio de 2018

Don Juan desde su celda



Me están mordiendo todas las bocas que amé.
Que no muera el pábilo antes de que escriba mi yo.
Un corazón es una llama que viste de luz el verbo
de la aurora, nada en mí deja de ser piel, huesos
y hambre. Tras la celosía un murmullo de capas
heridas se envuelve en las sombras, niega el candil,
enhebra la noche. No sé si en la voz tengo un coro
de ángeles: la piel de Inés, el mar encendido de Atisba,
la gloria rusa que imaginé, el perfil dulce de una mirada
que niega el albedrío aún me conmueven, perviven
en mí. Y si dios, si un dios pregunta por qué mi voz
es infantil, le diré que las palabras no son palabras
sino jardines, laberintos, donde la incuria ríe. El futuro
nace y renace con el estallido del deseo, ellas, yo,
títeres de este teatro inmoral, espejos blandos
que no retratan la verdad, solo acentúan la locura
de la entrega sin virtud, un ejército de disímiles
faces que decoran el siniestro eclipse de la vida.

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