Tú viajabas
con velamen desnudo,
abierto
como alas de pájaro,
en qué mar
o aurora surca el tiempo tu estela,
adónde el
crisol de la nieve en los espejos,
por qué el
rebumbio de los eclipses
si tus ojos
son de pórfido
y en el
vientre llevas los corales del mundo.
Fuiste la
sombra del cordero altivo,
de las
hélices de un avión oxidado brotabas
igual que
un ángel hacia el espacio incandescente,
rosa de
miembros frágiles, ventrículo en mi corazón
que
desconocía la pulsión de tu aliento,
ola de
marfil sobre el círculo de los relojes
que miden
la historia con agujas de infancia
y largos
espigones dormidos.
Tu rostro
de sirena en el desierto más blanco,
tu alfil de
amor como un incisivo de plata
que se
eleva y hostiga a la crin del sur,
en el
omoplato verde de la duda yace el glaciar,
mientras el
fuego duerme en el candil de mi memoria
y no hay
jungla, ni páramo, ni seda que ame tu vientre,
ni serpentinas
en el azul, ni rombos en las alcobas
que claman
por los sueños vírgenes.
Yo no sé si
eres la luna que posa su pestaña en la red de una celosía,
ni sé si lo
que escucho son yeguas al galope en una madrugada voraz,
yo solo sé
que si con mis manos alzo la tierra
tu raíz
emerge como un junco fértil
que no para
de crecer
como crecen
las estaciones
cuando la
luz las bendice.
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