El cuerpo clama, brota, transcurre en río,
se exhibe porque es luz y fortaleza, núcleo
mortal del frenesí; este cuerpo de miembros
y sangre roja, de vello y aceite virgen, de singladura
y perfiles, de músculos ágiles o caducos- sentidos
que envuelven a las máscaras-, un dios adentro
si la juventud florece, un arpa triste, telaraña
en la sombra, lentitud de los pasos si la vejez
es una canción muda, entre tanto el cuerpo vigila,
ama y miente, recibe el éxtasis y también el dolor;
como un carcaj que agota sus flechas va desnudándose,
lentamente, clepsidra del vigor fenecido, árbol
al que se le niega el agua, el futuro y las estaciones;
al fin solo un molde de piedra que se adapta dúctil
a la verdad de los días, cicatrices y párpados caídos,
comisuras de unos labios que rieron o fueron desengaño,
el reloj y el marfil de la vida, paisajes sin hollar, el esqueje
que es tu hijo heredará el surco de una huella, como la lluvia
o la escarcha al sol, te evaporas, te evaporas, cuerpo mío.
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