El fino,
duro y cristalino lienzo.
La piel de
la luz, el ojo de la vida,
mi huella
de vaho cuando el invierno es nube húmeda
y el calor
de un índice escribe sobre su arquitectura
signos
volátiles: un corazón, un nombre o el dibujo de un sol.
Muchas
tardes vio mi rostro ausente contemplando lo que existe
y no
volverá, yo imaginé a su través los mapas prohibidos,
las
ciudades que ninguna fotografía reflejó,
los pasos
del tiempo que son los pasos del infinito.
En el
cristal se posan los minutos como si de lluvia fueran,
y es un símil
la lluvia real que busca un nido
en la
pulida sed que la recibe sin declarar un adiós.
Tengo un
paisaje ante mí que no morirá,
en la memoria
del vidrio escribirán las estaciones su primavera,
su otoño,
su verano feliz, su diciembre de escarcha y rocío.
Una vez fue
película de alba donde tú eras el resplandor,
otra vez floreciste
como un abril en su piel transparente,
otra vez
puse mi firma bajo tu imagen cuando ya te ibas a no sé dónde,
y yo me
quedaba aquí, esperándote.
Entonces comprendí
que en un cristal también viven los sueños.
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