El jardín salino, la onda dibujada en tu muslo virgen,
el confín de oro, rayo de luz, cálida flor de relámpagosy pétalos líquidos en la línea fosforescente del mar,
y la carnosidad del labio con dibujos entre sus grietas,
la aporía del cristal, relumbre del párpado al mediodía,
y si no hay árboles ni espejos en tus ojos, y si vienes
con la cintura engarzada por el cíngulo, y si llegas casi
desnuda, coloquial como mujer que reconoce el habla
primera, sobre la espuma que el viento rocía, fibrosa
pero rígida igual que un junco altivo, si el monumento
y la carne que imita a la estatua son símbolos de osadía,
mientras el candor de la libélula, con su irisada paz
revolotea cerca de ti, de tus brazos sin cicatrices
ni tatuajes, como una luz tranquila, como un fanal
a tu popa, señuelo del azar, tacón que me guía hacia
los oasis de la noche púrpura, bajo el farol que moja
la lluvia, entre música y aliento agrio, sudor de axilas
enfebrecidas, en tu hombro la esquirla de una llama,
y un signo de luna cuando el sexo ya no es una interrogación,
y tú aseveras, y tú respondes si yo te incito, si yo provoco
que grites un sí imberbe que me arrastra como un tifón negro.
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