Qué viejo timbal de aventura,
qué himnos crecen hacia lo alto,
qué tapiz Penélope no acaba,
en cuál isla la causa de la lejanía
es una herida en el orgullo de la estirpe,
barcos meciéndose con las velas al sol
y los remos como alfiles clavados en la piel blanca de las olas.
Colinas áridas, un vergel al norte en la punta de su rostro,
el volcán es negro como el azabache, el perfil de la isla
se dibuja en mi frente, playas de coral, farallones
que hunden sus colmillos en la paz del océano.
El hijo sin padre, el sueño de partir con las alas de Ícaro a la espalda,
lejos del sol, donde las gaviotas se juntan y desafían a los trirremes,
donde los susurros de las sirenas son los silbidos de un dios
que atrae al navegante, hacia las rompientes de un mar, nunca saciado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario