Al aire las
vértebras de su esqueleto.
Hoy lo
tangible habita el adiós en las cajas de cartón,
el reparto
de los objetos se viste de sentimentalidad,
en las
paredes las huellas de los cuadros como hollín de tiempo,
en los
cajones historias imperceptibles bajo un revoltijo de llaves,
agendas,
pilas usadas, manteles y cuberterías, números de teléfono,
enchufes,
cargadores de móviles, recuerdos de turista…
Conserva la
casa sus grandes ojos de cristal,
los techos
de molduras floridas, las grecas del pasillo,
sus
cavidades donde aún flotan las palabras que un día dijimos.
Sentado en
el último sofá por recoger
llegan a mí
ecos de navidad,
el sol de
agosto como una lengua viva,
las risas
de mis hermanas en la habitación de los juegos...
Se desnuda
el hogar, me enseña su piel de hembra vieja,
duele esta
carne polvorienta, estos espejos arrumbados,
las
lágrimas de las arañas que ya no reflejarán la luz,
los
armarios vacíos del ropaje ambiguo de las estaciones,
la cocina
sin el aroma del fogón, las estanterías como cuencas vaciadas.
Pero yo sé
que sigue viva, porque la memoria es manantial de imágenes,
fuente
exacta que moja lo que fui
como una
lluvia que cae sin cesar,
y sacia mi
sed, y ablanda mi hambre
y me
permite volver a la infancia,
a la juventud, al tiempo feliz
de los naranjos en flor.
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