Nunca
viviré en las habitaciones de tus ojos.
Quiero ser
ausencia de alas, el aire fugaz
que agite
las cortinas entreabiertas de tu nombre,
la luz en
tus omoplatos de ave multicolor,
el árbol
que dé sombra al perfil de tus sueños
mientras se desgaja de ti la península donde las palabras
dejaron su
eco de sierpes y de violines sin voz.
Admiro tu
sed, porque concita un aullido de blancor en los cristales,
yo elegí la
duna en un desierto mínimo de palmeras como lápices,
y espejismos
de nieve y azufre en los labios mudos.
La
distancia es un barco sin mar que navega las olas del tiempo
con velamen
carmesí y tímidos reflejos en el horizonte ignoto.
Verte desnuda
si estás vestida, verte vestida si estás desnuda,
son dos
arpegios disonantes en un mismo crisol,
en una
misma ráfaga de imagen sin raíz
que perturba
el espacio que nos unge;
alzan su
vuelo las farolas de la noche,
el halo
amarillo se expande como un nimbo atroz,
dejan tus
huellas un pus herido,
una
comisura de sangre donde mis ojos de hielo naufragan.
Cada vez
que respiras el silencio respira contigo,
porque hay
horas sin canción ni vocales,
horas sin
versos, horas nómadas que nunca tendrán un hogar
bajo tus celebérrimas
estancias de paz negra y deshonor.
Cierro, al
fin, las cortinas del día para no verte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario