A B.
Aún quiere la piel seducir a la vida,
en ti es un velo que abraza los pómulos,
se hunde mimosa en el carrillo porque ya el aire,
la luz, los espejos no izan alegres su desafío de carne joven,
su ebria canción que una vez iluminó tu rostro
de ángeles y resplandor, de un mar pálido
donde yo me convertí en náufrago feliz.
Tu cuerpo ya no es un sol
ni se oyen las trompetas de la claridad
cuando, como una libélula blanca, te vistes de aurora
y das luz a mis horarios, y das razón a los cristales
que reflejan el ciego dormir de los minutos
antes de ser imagen, tránsito y reverberación luminosa
que ha vencido a la noche.
Te explicas igual que te explicabas, la irregular cordillera de los incisivos,
el labio como un trazo de pintor, los ojos que buscan calidez,
el baile de las manos, su armonía, de paloma en vuelo,
prosiguen; no así la flor altiva de la juventud,
ni las palabras llenas de pájaros,
ni tu nombre escrito en todos los teléfonos.
Hoy comprendí que los sueños también mueren.
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