Son tan tímidas que escriben mal su nombre en mi boca.
Juegan a engarzar líneas con hilos de inteligencia,
no siempre llegan a una orilla amante,
hay muros en los ojos que destruyen su armonía.
Como en un puzle eterno
las compongo con el ánimo abstracto de la luz,
quisiera una urdimbre donde los alfabetos sean labios,
un humo donde navegaran adjetivos
como altos galeones en un mar de entendimiento.
En el aire dan cabriolas
y llegan al otro como cisnes borrachos sin un canal
ni un desliz de primavera.
Nacen de mí con el honor del cautivo,
quiero su lengua en mi telar,
quiero el aceite que lubrifica las emociones,
quiero la verdad en el músculo de una frase,
el himno victorioso de un acento en la quietud.
Ya no sé si lanzo al olvido las palabras de la noche,
en el día el asombro reverbera en mi voz,
y es un coro el silencio
y eres tú un diálogo de sílabas amables
en mi atardecer que ya empieza a ser ocaso.
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