A veces vuelo entre cláxones,
ruido en el humo que las bocas expulsan
con verbos de amistad, gritos en los semáforos,
la vida rompe aguas con luciérnagas en el vientre.
Pero yo vuelo, sin latitud, cierro mis ojos de niño
grande,
entro por los ventanales y encuentro oscuridad,
una telaraña que brilla como plata húmeda,
un sillón que duerme, el silencio de los espejos,
la luna de abril que pisa el rumor del silencio.
Soy vigía, nada me importa que no sea la caricia del
aire,
la soledad de los frutales, la cocina deshabitada por
la jauría,
mi corazón que es el único sonido que enciende la luz.
De mi pipa brota un acento de miel,
son los segundos que la memoria elige para ser hada,
sin hablar tu imagen habita en los azulejos
y como en un blanco cine vuelves
mientras la porcelana me susurra palabras inseguras,
como recién nacidas.
Podrían llover bombas en mi seno
o látigos que azotaran el semen del silencio,
pudiera la verbena, indómita y salvaje,
aullar en mi dique hospitalario,
y nada cambiaría, el latido se fundirá en el hielo,
tu vendrás con un café entre los labios
y yo descubriré que en esta calma infinita
vive la esperanza de un oasis que ya adivino,
casi quieto
como un cisne que en el albor descubre la primera luz.
Maravilloso poema.
ResponderEliminarBesos.
¡Gracias! Besos para ti.
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