El reloj se paró, la lluvia parece eterna.
Este olor a calendario fósil se alza como
una nube rota. Espero bajo la marquesina
la llegada del tren, estoy aquí igual que un poste
de alambres invertidos que ya no da luz. No hay
paneles despiertos, el bar cerró a las doce,
el quiosco son maderas y persianas corridas,
los párpados se cierran sobre el cristal, la cabina
del vendedor ya está sola como una flor arrancada.
Paseo en la penumbra bajo la urdimbre del óxido,
mi gabardina es una bandera de plástico,
el silencio muere en los vagones varados
como una pregunta que ansía un destino.
El banco verde es mi cuerpo, el agua cae
por la piel de las locomotoras, me abrigo
mientras aguardo un tren de oro que aprenda
a volar sobre raíles de luz hasta el confín de la nada.
Creo que seré su único pasajero.
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