La cañada era un neón perverso,
lomas áridas como cristal hollado,
el río sin agua y un blancor de luna.
lomas áridas como cristal hollado,
el río sin agua y un blancor de luna.
Ramoneáis bajo la luz que riela,
mantones de karakul,
rizos lanudos que moja el aire húmedo,
fila que sois
hechizada por la nube eléctrica de los rascacielos,
automóviles con faros como nimbos,
la yerba en un pasquín luminoso,
ingenua como un éxtasis verde.
El cencerro es un relámpago de metal,
mi vara, mi pelliza, el zurrón vacío,
las polainas, la gorra negra
y el silencio del páramo.
La mecánica precisa del matarife
con tajos rítmicos;
la carne pura,
el cuchillo que corta la vena
donde fluye el líquido rojo
que se derrama en la sombra.
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