viernes, 16 de abril de 2021

El refugio de tu ojo triste

 Ese mapa de índigos,
de mar oscuro,
de olas tangibles como mármol,
esa cartografía del ventrílocuo que habla y expulsa de si
equis, colores, sendas y circuitos
igual que una geometría invertebrada,
ceniza del destino,
carmín de lo inexacto.

Caen globos de histeria en la cejijunta luz,
los jenízaros del cielo brincan sobre caballos de escarcha
y, allí, en la sonrisa del dios hay un azogue gris,
te reflejas
mientras el caracol pasa
con un carro de luminarias en su testuz
que rozan el mercurio y la sal.

Adivino detrás los soles, la ida del sapo,
la gloria del alacrán que es negro como el tizne,
el agua como un rio de partículas que giran en la atmósfera
-jinete tú en los ijares, relincho de diademas
con el belfo blanco de espuma-
al fin un oro que es tu piel,
cimbreándose entre la jara del asfalto,
niña con melancolía azul en el lunar elíptico,
raya en la materia que espera un átomo
como el imán espera un homenaje del hierro,
una garra firme donde se aprieten los lunes
y no exista la sombra.

Caíste en el túnel que ilumina el antojo,
fuiste rizo al gemir el simún,
un alfil tan voraz, un lince al acecho
con rayos de infinitud.

Me busco en ti, soy tu lámina de cristal,
la segunda membrana que cubre el aliento de tu memoria,
los tejados, la humanidad, los comercios, el decorado de piedra
-y el móvil carmesí del día-
izan un cartel de Atlántida,
porque lo perdido es una semilla que aflora con la llegada del sueño.

Le robo el aire al horizonte,
vuelven tus rodillas desnudas como un árbol sin hojas,
pienso en los pechos que adornan el párpado de la realidad,
descubro en mí los segundos en que soy alas;
y tú un ojo triste
que en mi refugio renace.

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