miércoles, 28 de abril de 2021

El deseo retorna con ojeras de anciano

 Es tiempo de encender el prisma y volver al humo
y al resplandor, al fuego cetrino y al día de la metamorfosis.
Las rodillas cabalgan en el cosmos, un hilo desplegado
forma tu cuerpo que es carne y virtud, una ofrenda de siglos.
Hemos vivido olas de oscuridad, todos los crepúsculos amanecieron
sin abriles ni lunas verdes, a mi lado tus labios fingían una bruma
y yo pensaba que tu alma era roja como el beso de la noche encendida.
Quise decir un himno, ser amapola en tu rojez altiva, te acompañaba
cuando la lluvia era una voz que fingía un arrullo de madre vieja,
y llegaron los minúsculos ejes del deseo con filamentos de plata,
cosieron un lienzo de dibujos impares, tú en el frente,
yo como nube detrás, o pilar donde apoyas tu aliento.
Había un destino de oasis en la vereda del páramo,
contigo los viajes perdidos fueron color en tu iris,
ciudades en la niebla, ríos como sortijas líquidas
que rociaban tus venas con el agosto de la vida.
Quise diez primaveras blancas y un sueño de albatros,
soñé parques de fulgor infinito, un tobogán de caramelo
que alegrara tu verdad. A veces los estíos cuelgan de los árboles
igual que soles que no maduran. En las amígdalas del ojo oscuro
se escribe una historia de lunas rosas, vuelve conmigo a la espiga,
al centeno febril, a las murallas donde tu imagen es un arpegio voraz,
entrégame de nuevo la limosna esbelta del junco, que nunca
sea tibio el silencio en que te meces, hada que descubre
su eternidad en la quietud de mi pupila adolescente.

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