Engaña la transparencia,
mis ojos han puesto lunas en el bisel,
en su corazón hay un espejo cóncavo
que me observa.
No tiene marco su esqueleto,
ni cortinas, visillos o estores
que tapen mi sombra,
canta cuando el viento se filtra en las junturas
con aullidos de lobo, parpadea si la luz es fuerte,
luz de sol en la canícula que viola el cristal.
A menudo es una dulce amiga su corpórea latitud,
la nariz contra su piel como amantes del día que
crece,
como himnos de la noche con sonidos de azabache
y un fulgor de farolas ciegas.
Me gusta el vaho de diciembre,
escribo metáforas de agua que vuelan en el desliz,
mi índice resbala sobre el cantil del vidrio
y regresan algas del tiempo ya marchitas.
El ventanal en mi boca,
y la sensación de que el existir
es una imagen que ya no es,
algo así como el silencio del pájaro después del alba,
el segundo de un reloj
que, por un instante, fue claridad antes de ser
olvido.
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