El dial descansa sus alas en números de azúcar.
Ayer llovió un sueño de hojarasca,el otoño es un abril húmedo,
nostalgia del agua libre
que fluye con enjambres de lirios
y mariposas con perlas que irisan el verdor de las plantas,
canal como hilo que flota entre álamos y niebla.
Es diferente el color del asfalto,
el neón de soles de artificio,
la blandura de un ciempiés que roe el instinto de la calzada,
el murmullo de las bocas con soliloquios blancos,
el avizor espejo en el cantil de un mar de fósiles,
andrajos bicolores entre la música del aullido
y la risa desdentada de la madre
sin un resol en tus muñecas
que ilumine el oscuro tapiz de la noche.
Esa es la realidad,
mi ovillo de terciopelo
que se desnuda bajo el mercurio de la hembra roja,
cinco y media de la mañana y ríos ciegos,
muslos que sudan un billete de amargor,
el reloj proclama taconeos en mi sien,
quejidos de luna en los portales,
gongs y vientres que golpean con carozos desahuciados
el pavimento azul de las horas sin músculo.
Estoy en el sur del mosaico donde las teselas encajan flor y miedo,
el devenir de la fuente, lluvia de jazmín en el parasol ya humedecido,
atmósfera de alquitrán en este collar que la plaza subyuga
con madroños de nieve, balcones sin alelí,
alguaciles de sonrosadas mejillas,
jardineros del tiempo que se escapa
como un homúnculo en la primavera de los carámbanos.
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