A P.
Hace tiempo del trino solitario,
de las esponjas húmedas en el barco triste,
hace tiempo de aquel oasis sin palmeras,
brisado de mar entre oráculos de viento.
Luce en mi rodilla la cicatriz del ruiseñor,
hay ramas en tus ojos y una verdad roja
que se acerca a mi como una estela.
Poderoso el iris,
faro que vierte su luz de esmeralda,
de hoja fértil, de prado monocolor
cerca del agua donde se esconde tu pupila.
Es curioso que, jamás, la luna te nombrara,
tú, ser incorrupto, girasol en las cornisas,
sirena en el asfalto donde nadan mis sueños.
Sin ropaje
eres la crisálida de un corazón que flota en las
ventanas,
en los cristales del vértigo,
azulean los nombres que dejaste en el olvido
porque los caminos se encienden en tu duda
como yesca febril, como madera de boj en brasas
ciegas.
Al verte comprendí que las horas vírgenes no existen,
el laúd de tu cuerpo, la música que es un halo
invencible,
deja rastros de ceniza en mis ojos, redes e incógnitas,
un telar que instigas con las olas que desnudan mi
primavera.
Tú sabes del misterio,
pero no del impío jardín de la costumbre,
sus ovarios como raíz de hielo en la prisión del
cenit.
Y si bailar fuera un círculo sin vísperas,
el núcleo del ardor, la fisión de todos los eclipses,
la aurora de un fotón herido,
yo danzaría, eje híbrido,
noria del aire, turbina sin agua,
aspas donde el alisio llora, maremotos del azar,
modos concéntricos de la locura,
hasta tu rosa verde,
tu pérgola infinita de flores inútiles,
no para mí, no para el deseo que día a día
te persigue.
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