Anfibio mi hombro bajo el farol. El humo, las gargantas de espuma,
el olor gris de los murciélagos, un brillo de metal en
sortijas de ámbar.
Y las testuces con sus frentes de cera, labios sin palomas,
bafles sonoros,
arrítmicos, sincopados, neutros. Todo es igual aquí,
tú lo sabes,
tú con tus medias carmesí y el abrigo de astracán, tú
como un cisne
terrestre, tú, inválida del tiempo y del agua que llueve
afuera. Este rumor
de música alada, los jerseys de invierno en la estrategia
de los círculos,
redondos en su ojal de iris cobrizos, de alelís de
sangre. Un rebumbio
de palabras impares, la sed del tacto y la locura de
diciembre, el soliloquio
del tubo de neón, dispar, albo como un sol de flores
de plástico. Llega
el alcohol con su cohorte de pájaros y ya somos jardín
alucinado en los espejos,
efervescencia de latidos, una maraña sin vientre, solo
ojos con que mirarse.
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