El campo yermo,
una calle sin arpegios
donde se cuela el llanto del día,
su luz en el detritus, irisada.
una calle sin arpegios
donde se cuela el llanto del día,
su luz en el detritus, irisada.
Ceniza en el latir arbóreo,
mar negro de espumas de azufre,
desmontes de cal y rojo alud,
vísceras,
bocados de histeria.
Nubes donde el humo es ósmosis
y crece la flor de la misantropía,
el ángel febril de la quemazón.
Aire que no es aire sino miríadas de puntos grises,
maná de muerte en la piel de la aurora.
Y un río,
vena gris que fluye en los espejos de la cicuta,
gallardo en su túnel de miasmas,
de agonía pulcra,
de ojos grandes bajo la ambición de unos nombres
que inmolan tu sed.
No bebas el agua derramada,
ocúltate del sol,
escribe epitafios en las colinas
y en los buques que se alejan,
el ajedrez de la noche tiene alfiles de un carbón mortal,
juega y finge
que hay un paraíso en tus sueños,
en tus sueños de habitación y pantallas celestes,
en tus sueños que son en realidad
un mar azul
de albatros y horizontes infinitos.
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