sábado, 9 de enero de 2021

Como lobos sin bosque

 Aunque estemos lejos,

en el silencio invisible,

en jaulas cautivas

donde solo habita la luna opaca.

 

Aunque ahora pienses en cisnes,

naufragando,

heridos,

con la membrana aterida

y el corazón palpitante.

 

Aunque los vidrios nos mientan

y el sol no refleje el calor de los cuerpos,

y seas un halo espectral entre los suburbios de mi estancia,

y vivas en los trenes perdidos como un vagón deshojado,

sin rieles,

sin abril

ni mañana

en el horizonte;

todo regresa en un hallazgo de luz,

la claridad te ronda la piel,

escribe un anuncio de nomeolvides

en tu sien, y la flor te habla con su voz tibia,

te dice: “escalofrío, instante, locura, nieve”.

 

Y recuerdas los inviernos con ojos insomnes,

con el seno altivo,

con las virutas del amor doliéndose

en las esquinas de tus poros,

allí en la cuadratura posible del reloj

- el tuyo dorado, fúlgido, perfecto de vocales,

el mío tizón de azabache, lento como el hierro que cruje

y no calcina, hostil, triste, ambiguo-.

 

El pensamiento se agiganta

y ya somos dos atletas sin laurel,

dobles como los jacintos rojos en el jardín prohibido,

bravíos caballos que surcan las olas con ángeles en llamas

y un olor a madreselva que azuza el misterio.

 

Crines en el aire, rodando, abrazándose en su vertiginosa caída.

¿Qué es la noche sino la sombra líquida en un ventanal de agua negra?

 

Mira la calle, de tu casa a mi hogar

hay golondrinas que sueñan con nuestros párpados abiertos,

así dibujas las horas que fuimos

en un telar de humo

-lo mismo que yo al verte en el espejo de la juventud-,

galopamos y llueven

sobre la vida plumas rotas,

con círculos, palabras volátiles,

fulgor y olvido.

 

Será que tú entretejes mi voz,

y yo tu cuerpo en mi piel, cicatriz o tatuaje

donde tú aúllas por mí,

y yo por ti,

igual que dos lobos sin bosque.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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