viernes, 22 de enero de 2021

Paseo nocturno por la ciudad atlántica

 Es desvestirse
o volverse nube
o noche.

Un mapa ácido en mi ingle, lunas sin claridad,
senos escarlatas que se izan, un balcón, la ola
y el sur del faro hacia el confín del sueño.

El dinosaurio elige la pisada de dios,
retumba el silencio con hojarasca de latidos,
las viejas moscas y su narciso de elipse
que roza mi esqueleto, anfibio,
orquídea de mar,
mi ansia.

Y la cintura de papel, arena de vitriolo,
lucerna en la crisálida de las orillas,
playas que oigo bajo la costumbre de la edad,
océano entre las sábanas,
continuo,
que se filtra y me acuna.

Plazas de musgo y agua,
una mujer sin color, de corazón hostil,
alma de cristal, puerto de alquimias.

El dique, la lujuria del granito,
boca que traga el haz de la torre,
el penúltimo pájaro sobrevuela las barcazas,
el crepúsculo anuncia una madrugada
de sal y cardúmenes.

Mi reflejo en los charcos llora,
parece un niño en un oasis de escarcha,
visajes que guiñan sus alas,
máscaras de lapislázuli,
borrosas,
alegres
sobre la virtud del azogue.

En los pórticos, rosales de invierno,
bajo un farol la huella de tus labios,
en el mercurio del reloj una aguja inmóvil
de plata y nácar.

El tiempo se consume en el féretro del limo,
bola de luz, espigones sin mar,
galerías púrpuras, sudarios de campanas,
redes como carámbanos,
una sed de faros
y yo en la sombra,
aterido y ciego
sin salir del umbral de mi noche.

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