Cómo describir el arco iris en un seno.
O la nube que macula los ojos,
el carmesí de un labio que se aleja,
la flora entre los índices que acarician la luz.
Hay cuerpos que no necesitan un nombre,
son columna o pedestal,
árbol que se alza como un geiser de aleluyas y magma.
Aquí su voz, sola y pulcra en la espera.
Tras de mí el resplandor de la carne,
viva su cerviz en mi retina virgen.
Solo admirar el eco de sus huellas,
el halo intrépido de la vaga partida,
los rebumbios que en mí
deja su fémur que huye.
¿Por qué el ritmo tan brillante de las alas,
el perfil erecto que baila un swing
en los oasis de la bruma?
Recuerdo la línea del mercurio que recorría sus muslos,
la tela breve como un beso furtivo
y el diapasón de las piernas cimbreando las calles.
Mis días son aullidos infantiles
o miradas que buscan el trasluz de un ángel
o la victoria sobre una isla soñada.
Hoy que recreo el sortilegio de su piel
aún vibro como un pájaro enredado en el tul de su vientre,
en la fugacidad de un don que fue cicatriz de dudas y hambre,
lánguido espejo que ya no refleja mi ansia.
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