Parte el pan con tus manos de
hombre bueno.
Que su corteza sea piel de vida y su interior
un alma de trigo blanco,
que nos de su bendición de paz, que su
aroma crezca en nosotros
igual que crece la luz en las espigas de
julio.
Reparte el pan que se desmigaja como un
rocío de nieve sobre la mesa vacía.
Invita al hambriento y al niño, a la
mujer que sufre y al menesteroso,
a la golondrina y a la paloma, a la luna
y al sol de la mañana, a la flor y al pez esquivo.
Que no quede ningún pan en tus manos de hombre bueno.
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