Hija del bosque áureo y del canto rumoroso
de las fuentes, tu cuerpo yace sobre el
tapiz
húmedo de la hojarasca como una gacela
después de haber bebido agua del río que fluye
hacia las noches lejanas del pedregal y la
rosa
mustia. Caen los frutos del árbol sombrío
y tú
con las manos cautivas de luz recibes la blanda
pulpa entre los dedos como un cenit
carnoso
de sangre dulce y hebras de color miel. En
tu
jardín lleno de pájaros las amapolas son
verdes
como el musgo del cantil humedecido por
la lluvia
de marzo. Te rindes al viento ábrego y al colibrí
que canta en el bosque, y si me incitas yo
voy detrás
y me hundo en tu río, si así lo quieres, amada
mía.
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