Así como he dejado pasar la vida pasaron
por mí los sueños.
Enormes antorchas en el confín, allí va
el cautivo en busca
de la luz, lo mismo que yo en desesperada
sed, internándome
hacia ese titilar de estrellas en mis
ojos, convirtiendo lo táctil,
la materia, lo real en sombras que
habitan la médula del tiempo,
el mío, mi razón de pervivir en el
vientre de los párpados,
el pozo oscuro donde los ciegos ven el interior
de un drama,
una risa, un hastío, una realidad sin
carne, un efecto desmedido
de relámpagos y bruma, una mórbida
transmutación de los espacios
y los días vertidos en la esfera de los
relojes, el fiel del inconsciente
desdoblándose, multiplicándose en ocasos
y auroras infinitas,
dando fulgor a las imágenes que crecen,
penetran el silencio
de la noche, las vocales de la respiración,
el ritmo del plexo
que oscila sin pausa, la indiferencia de
las horas que vagan
por el raíl onírico de la vida no vivida,
solamente soñada.
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