Tus lágrimas se pierden en el agua del
tiempo.
Había en tu tez una nube de oriente
anclada a los ojos como una comisura extensa.
Te vi águila de felicidad, desafiante y retadora
desde tu abril guerrero.
Aprendiste el vocabulario de las hadas que
ejercías con tu voz de pájaro sin trino.
Pero brotó de ti el silencio de las
habitaciones en sombra,
la cicatriz de los sueños suicidas tras
la ceniza de tus noches,
el túnel por el que pasan los trenes sin destino.
Y no hubo piedad de luna ni resplandor de
ángeles en la urdimbre de tus días.
Hoy quiero recordarte, aunque no vea ya tu
frágil andar de garza entre los juncos.
Has volado de aquí quién sabe adónde.
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