Desde el balbuceo de la palabra-niña hasta la madurez de la palabra-fósil.
Desde la simpleza adolescente de los
versos de amor,
capullos sin abrir en los campos de la vida.
Desde la ambigüedad y el sin sentido de
la escritura mal formada,
ilusoria como los fuegos artificiales que
no logran competir con las estrellas.
Desde la paciencia del artesano que
aprende su oficio restañando las heridas.
Desde la soledad donde la creación es un
niño que aspira a ser hombre.
Desde la nostalgia con sus andares de
hembra vieja.
Desde lo real y lo surreal enfrentados como perfiles
de un solo cuerpo.
Se llega a un jardín construido con palabras
donde brota esa flor a la que en la
intimidad llamamos poesía.
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