Tus rodillas de agua se diluyen sin querer.
Dentro de ti hay un bosque, un cáliz y un diluvio.
Pisas la luz, dulcemente, como un arlequín dorado
muestras el ajedrez de tu traje al confín oscuro de la noche,
como una arteria de aire te desangras para ser invisibilidad o sueño.
En tu interior viven los profetas no nacidos,
las dalias sin color, los espejismos que se pueden tocar.
El reloj sabe que sus agujas no te llaman,
que el frenesí de los segundos al sol
en tus ojos es un múltiplo de cero,
que su razón sucumbe bajo el río de tus horas blancas.
Tú eres nadie como yo soy tú,
y sin embargo el día no es día sin ti
ni la noche es noche
sin el jardín de tus senos en flor
junto a mi piel reseca.
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