Es una hoz su vientre de tallo curvo. La lengua azul del mar
y un labio de arena dormida. Gaviotas sin memoria de ser gaviotas
inmemoriales trazan arabescos, hilan los chillidos, ciegamente
son bucles sobre unas olas que nadie sabe si están vivas o muertas.
La finura del haz, laser prístino, ojo blanco, bisturí que deja en la tez
acuosa su cicatriz volátil, su saeta de invisible humo, el arco
que derrama su luz de invierno sobre la piel de un mar amante,
sobre la amura de un barco ensombrecida por la noche,
sobre el velamen de un navío pirata, perfil de trirreme,
galeón perdido, musculosas las chimeneas que se alzan
como índices de un dios, trasatlántico hacia una deriva
sin futuro, el humilde pesquero que en su gris costado
lleva escrito el misterio ancestral, como un talismán,
como una filigrana: Meiga. Así llamo yo a mi ciudad.
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