Estos brazos quieren abarcar la luz, sentir la materia de tu cuerpo,
la sombra que deja tu abril en las aceras, el resquicio de mi mirada
que prolonga el adiós y te retiene con un cepo de hilos rojos en toda
la prolongación de tu estatura. No es la luz quien viene a mí,
sino la geografía precisa de tu piel, el ancla de tu edad posándose
en las colinas de mis hombros, tu jardín de misterio que deshoja
el tiempo como la desidia del amor deshoja la noche más triste.
Siente mi abrazo que aprieta tu timidez para que dos sangres
circulen por un mismo caudal-sin quietud-, que crea un río
de sed entre las bocas, ensambladas bocas, unidos cuerpos
cuyo molde es azul como una laguna que brilla bajo la luz
ultravioleta que fluye por tu voz, ya mar de mi carne.
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