Ese brillo
anuncia el velo y la caída. Qué fue el origen,
quizá una
herida abierta de pronto, inesperadamente,
como un
rayo en la noche. Tal vez un recuerdo que no muere,
una frase
maldita, el aguijón que hinca su miedo en la penumbra.
Ha crecido
como una esfera que contiene la sinrazón de la especie,
se vuelca
sobre mil pestañas negras, rompe en las mejillas
con el
ardor de la llama, cae o resbala por los orificios ciegos
de tu piel.
Algo, una cifra oscura, un dolor inmisericorde
te ha
robado el feliz acuerdo de los días, agachas el rostro
y lo cubres
con manos que quisieras invictas. Déjate arrastrar
por el
sudario del agua, hipa si quieres o acostúmbrate al silencio
de ver como
crece un río de pétalos de hiedra, un río de escamas
líquidas. Ahora
mírate en el espejo y enjuágate las lágrimas, ya
la luna ríe
en tus sueños igual que un niño alegre después del castigo.
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