martes, 19 de julio de 2022

La muerte de la casa

 

Yo escribí versos blancos en sus paredes,

versos invisibles que recité a solas.

 

Cuando el viento golpea en los cristales se desempolvan los recuerdos,

es como si un gong sonara, y las voces, los minutos perdidos,

las esperas, las noches sin dormir o las costumbres ya idas,

volvieran igual que una juventud que se negara a envejecer.

 

Allí estáis mis familiares,

no solo en las fotografías,

habéis vuelto con la sonrisa y la pena,

con el amor y la duda,

con los secretos que nunca conocí,

con la edad que ya no tenéis.

 

Y es un jardín de libros abiertos mi memoria,

las aventuras en los mares del sur,

el oeste indómito, la intriga y el asesinato ficticio,

las novelas de iniciación a una vida

que nunca viviré así.

 

La mirada vuelve a buscarla, su caminar indolente,

el rubio cabello, los jeans ajustados a unas piernas esquivas

y su nombre, que musito cuando la música impide que nadie me oiga;

son cosas de adolescente, la inocencia resulta entrañable

y se regocija con los sueños.

 

Y el mapa de los muebles,

las rotundas formas en el corazón de la caoba,

cómodas altas como navíos, alacenas de misterio,

armarios donde el alcanfor reina,

camas que aún guardan la huella de los cuerpos,

mi librería, pequeña como un tesoro

que reproduzco cada día en mi sentir.

 

Y los olores, los aromas que llegan de la cocina,

el perfume de madre, la lavanda y la sutileza del jabón

en el cuello de mi hermana, también el olor a vida,

a pulsión y a deseo, a trabajo y a carne,

algún día a muerte, a mi muerte

que será la muerte de esta casa

y de los recuerdos que ahora evoco.

 

 


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