Dos narcisos
que unen su esplendor sin querer.
Es septiembre,
quizá,
la luz llega herida,
el aire resopla carámbanos
que humedecen los cristales.
Hoy te abrigas con medias de lycra,
bajo el árbol la sombra es delgada como un fiel
dormido,
los tordos cantan
y el peral del recuerdo
aún da el fruto de los relojes sin edad.
Yo sabía que el neón era un suburbio,
yo esperaba una rojez en los pámpanos,
presentí la loca alegría de los rizos,
el cuévano de tus caderas,
un desliz o el silencio de la aguja
cuando se pliega sobre el tiempo y grita.
Las losas del pedernal crecen,
todavía imagino alas y lunares de azar,
creo en la caoba del largo túnel donde espera mi voz.
Aquí, en el trasluz,
en mi cariz de estatua,
la lluvia breve,
himno mudo
que abraza el halo de tu elipse.
Qué día de insomnio,
qué plenitud,
a qué lugar llega el alto espolón de tu nave
donde yo, piloto de tu estío, ya no quiero el regreso.
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