Yo no sé si abro o cierro puertas,
si los pasillos existen,
si el dintel es una diadema de humo.
Una habitación cuya pared son ventanas,
caoba o pino labrado,
un pomo negro
y un visor donde no cabe mi iris.
Lo invisible detrás de la sombra,
el umbral y su icono de luz,
la alegría de morir en una gasa
de polvo transparente
bajo la telaraña y la manilla.
Suena el gozne a mercurio
deslizándose en un sueño,
el marco es un trípode, no un rectángulo herido,
cada vez que mis llaves copulan con la cicatriz de un
eje
busco mi espejo en el vestíbulo.
Hasta que existo en el azogue
no me siento en casa.
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