Este vientre, esta casa, este refugio incólume.
Se escucha el latido hondo del reloj, golpea
la luz en la pared granulada como un labio húmedo,
no hay pasos ni voz, no hay más que tiempo
dentro del tiempo en un círculo inmortal. Ayer
-igual que cada noche- fue la despedida
una costumbre sin alma. Sonaba un claxon
en la calle, rumores sordos trepaban por
los cristales dejando palabras rotas que
no comprendí. Al mirarte supe del naufragio
que me crecía en los bolsillos, que me crecía
en los bolsillos, sin que pudiera hacer nada.
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