Me da miedo acercarme a su ojo símil.
Evito el susurro que deja en las paredes,
el arco iris con que entretiene a la luz para
que yo olvide el adiós, el reflejo en la piel
de Antonio cuando ensimismado es ya solo
uno con el azogue. Los días que habitan
en las bombillas encuentran allí la noche
estrellada, quizá un sol que se alumbra
a sí mismo como un tímido amanecer
o el espacio que hallará la doblez al
asomar mi cuerpo frágil, la imagen fugaz
de un espíritu que simula mirarse y negarse
sin querer. Hay mañanas en las que me
atrapa el sonido inaudible de su voz,
entonces me arrojo y me obstino ante
la pulida piel del cristal y desnudo las
horas, el porvenir, la armonía de esa pasividad
que nos convierte en extraños que rehúyen
el fluido y lo inane de su expresión cautiva,
así llega el asombro, al fin, el entendimiento
de lo que soy y ya jamás volveré a ser.
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